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Érase una vez un rico funcionario público, viudo, que tenía tres hijos, pero con el más pequeño tenía problemas. Este era rebelde y con una pinta, que no le gustaba a su padre, con piersing, pelopincho color naranja y un poco pasota, acostumbrado a no hacer nada. Entonces dejó toda su fortuna en testamento a sus dos hijos mayores, y al más pequeño, le dejó un gato que hacía dos años que lo tenía su padre.

Los dos primeros estaban la mar de contentos, pues tenían dinero y bienes para poder vivir bastante bien sin miedo al futuro, pero el más pequeño no entendía nada de nada, y se preguntaba cómo se las iba a arreglar para poder vivir con aquel animalito. Lo único que se le ocurría era comérselo, lo cual descartó enseguida, abandonarlo y que cada cual siguiera su camino, o quedárselo un tiempo y por lo menos hacerle compañía, lo cual hizo.

Fue a ver algunos de sus amigos, pero como ya no tenía dinero, éstos le dieron la espalda y no querían saber nada de él, pues el interés era fiel compañero de “sus amigos”.

En fin se encontraba solo por la calle con la cabeza baja, bueno solo no, con su fiel y querido gato, al cual le estaba cogiendo cariño.
Se sentó en un banco del parque y cogió al gato en sus manos, y sin querer le dio en una pata, lo cual irritó al gato y le dijo: - ¡Ten más cuidado bruto! -.
Tanausú, que así se llamaba el joven, miró por todos lados para ver quien hablaba, pero no veía a nadie.
-¡Oye, que hablo contigo! - dijo el gato.
Cuando el joven miró al gato quedó extrañado, pero volvió a mirar con más intensidad por todos lados.
-¿Eres sordo?, ¡soy yo, el gato! -, pegó tal salto el joven, que el gato salió por los aires y Tanausú se cayó del banco al suelo.
-¡Pero si sabes hablar! – exclamó el muchacho ¿eres extraterrestre o qué? - preguntó el joven.
- ¡De Marte, pues claro que soy terrestre! - dijo el gato parlanchín.
El joven quedó perplejo y no atinaba a decir palabra alguna, entonces el gato dijo:
– Me tienes que comprar unas botas, porque es mi ilusión, si quieres que te ayude.
El joven dijo: – No tengo dinero.
Comentó el gato: – Pues vamos a buscar.
Comenzaron la búsqueda y encontraron unas muñecas al lado de un cubo de basura que tenían botas, lo que pasa es que dos eran de un color y las otras dos de otro, pero se las puso y le sirvieron.
Esa noche el joven comió en un comedor público, y guardó algo para el animal, que ahora lo iba a llamar el gato con botas; durmiendo después bajo un puente.
Por la mañana dijo el gato:
- Vamos a buscar algún periódico usado, que voy a mirar nuestro posible futuro.

- ¿Sabes también leer? -dijo Tanausú, más asombrado aún, que cuando comprobó que sabía hablar.
Encontraron dos periódicos del día anterior, y el gato se puso a leer, “se necesita camarero, vendedor de libros, analista informático, psicólogo “, dijo el gato: – aquí no hay nada, alcánzame el otro.
Comenzó a leer el siguiente periódico, “se necesita bailador profesional, ama de casa, mujer de la limpieza... y de pronto dijo el gato con botas: – ¡aquí está!.

Tanausú preguntó: -¿Qué has encontrado de bueno?
- “Se hacen pruebas de animales para una película, tiene que ser gato o perro” – dijo el gato.

Se dirigieron a la dirección indicada, y se presentaron para apuntarse al casting, donde se iba a elegir al protagonista animal de la película.
Esperaron dos largas horas para que les tocase el turno de actuar.
Una vez en el escenario le dijo el jurado: - ¿Qué sabe hacer su gato?
Tanausú dijo sin miedo: – lo que ustedes quieran.
Le fueron diciendo una a una todas las acciones que tenía que realizar, y por supuesto las hizo todas a la perfección, sin fallar ni una, todo el jurado se quedó asombrado de ver, con que facilidad hacía todo lo que su amo le ordenaba, sin titubear ni un momento.

Lo eligieron para realizar la película, y fue tan famoso que a su dueño y al gato con botas nunca le faltó de nada, e hicieron varias películas más.
Encontró Tanausú a una chica muy guapa que lo comprendía.
Se casaron, y fueron siempre felices y comieron perdices, y nadie jamás supo que el gato sabía hablar, excepto su dueño y el propio gato.

MORALEJA: Si ves a un gato con botas, cuídalo, puede ser el del cuento, pero no le preguntes cosas delante de la gente, pues te pueden tomar por loco.

Marina Santos Pérez 1º ESO C

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