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CUENTO DE NAVIDAD

Un sueño navideño
(Premio concurso cuentos de navidad)
Autora: Caterina Álvarez Heidbuchel de 3º ESO B
Como todos los años por esta fecha, entre las nubes del cielo, los angelitos están muy ocupados. Queda una semana para navidad y este año todavía no tienen nada preparado.
Una mañana en la que nevaba con intensidad los angelitos bajaron a la Tierra a buscar árboles que iban a decorar con mucho entusiasmo. Cada uno cogió un hacha y cortó un pino del bosque, situado junto al pueblo de Navidulius.
Ya muy tarde, casi al anochecer, se reunieron todos a la orilla del bosque para cantar villancicos. Cuando los animales de los alrededores oyeron los cánticos y se unieron a los ángeles, todos juntos cantaron y bailaron alrededor de una hoguera hasta muy entrada la noche.
Al día siguiente, se pusieron a trabajar en la cocina del cielo. Tenían que preparar galletas, roscones, polvorones, turrones, bizcochos, chocolate,… en fin todos los todos los dulces imaginables.
Como los angelitos son muy organizados, se dividían en dos grupos: unos se encargaban de amasar la masa y darles forma y otros de introducirlos en el horno y vigilar que no se quemaran. El ángel más glotón de todos no pudo resistir la tentación de probarlos. Había dulces de todos los tamaños y colores, con forma de corazón, ardilla, copo de nieve, estrella,…
Ahorra tocaba hacer el trabajo más difícil, fabricar los juguetes. Hicieron todo tipo de juguetes. Construyeron caballos de madera, camiones, trenes, marionetas articuladas y preciosas muñecas de dorada melena y ojos azules. Los juguetes acabados los colocaban en unas inmensas estanterías situadas en la nube más grande, hasta noche buena.
Llegado por fin el día, mejor dicho la noche, los angelitos se pusieron en fila a las puertas del cielo y cada uno, con un saco muy pesado a la espalda, fue descendiendo a la Tierra. Era una noche estrellada y la luna brillaba tanto que no hacían falta farolillos.
La nieve caía como gotas heladas del cielo y los niños esperaban ansiosos en sus casas.
En la orilla del bosque se encontraron los angelitos con los animales, que habian prometido ayudar; todos juntos cargaron los regalos en el trineo, tirado por un ciervo.
Pasaron por las casas asomando sus redondas caritas por la ventana, si en esa casa vivía un niño que se había portado bien, le dejaban todo lo que había pedido, pero en el caso contrario, le dejaban solamente un regalo y una nota en la que decía:
Si quieres tener regalos
bien te has de portar,
porque los angelitos
no paran de observar.

Cuando llegaron a la última casa vieron que ya no quedaban más regalos ni comida, y que la familia que vivía en esa casa era la mejor y más humilde familia de todo Navidulius.
-¿Qué hacemos ahora?- preguntó uno de ellos.
-Podemos dejarle una nota contándole que se porta mal- sugirió el angelito más sinvergüenza.
-Iré volando al cielo y traeré mis regalos, se los daré a esta familia tan humilde- dijo el ángel bondadoso.
Y así fue como esa noche todos los niños de Navidulius tuvieron regalos y dulces.
Los angelitos volvieron al cielo y entre las nubes observaban como jugaban los niños con sus trineos nuevos, muñecas de ojos azules y trenes, entre las praderas cubiertas de blanca nieve.

De repente Nicolás despertó, todavía pensando en los angelitos, se asomó a la ventana y para su sorpresa ¡el pueblo estaba cubierto por una gruesa capa de nieve!

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